LA HISTORIA SOBRE EL GRAFFITI

LA HISTORIA DEL GRAFFFITI

En el siglo XX el mundo sufrió transformaciones socioculturales a una velocidad tan vertiginosa que de pronto la realidad parecía no tener sentido. Los sectores que mayor impacto y cambios tuvieron fueron: la ciencia, la tecnología, los medios de comunicación (más media), la economía, la política internacional y todo ello influyó directamente en la cultura. El siglo XX puso en evidencia las contradicciones de la modernidad: el progreso económico y el desarrollo de cada vez más sofisticadas tecnologías frente a innumerables guerras, el hambre, los genocidios, la destrucción del ambiente y la acumulación incalculable de riqueza y poder político en unas cuantas manos frente a un creciente proceso de exclusión social de las mayorías empobrecidas.
Con la apertura económica y la globalización de los mercados la cultura también se ha mundializado y como contraparte, una forma de resistencia y de búsqueda de inclusión para la construcción de un mundo con mejores expectativas de vida ha sido, sin duda alguna, el desarrollo de la cultura juvenil, que ha venido sumando diferentes expresiones sociales de todos los países, en un intento para reconstruir y reapropiarse de una identidad, su identidad, entre la que ha sobresalido con una gran creatividad e imaginación el uso del graffiti como forma de expresión de esta cultura.
Llama la atención el hecho de que en México, lo mismo que en muchas otras ciudades del planeta, la frase “No hay futuro” fuera adoptada de inmediato por los sectores juveniles más empobrecidos o cuando no marginales. En México, que tiene cerca de 100 millones de habitantes, cerca del 60 por ciento tiene menos de 30 años de edad. Es un país joven, que mantendrá esta tendencia al menos durante las dos décadas siguientes.
Sin embargo, ser joven en un país de este tipo no es cosa sencilla ya que padecen una doble exclusión: en primer lugar, aquella que proviene de los procesos estructurales inherentes al sistema (falta de empleo, educación, acceso a las tecnologías, etc.) y la otra por ser simplemente jóvenes, que siguen siendo percibidos como seres inmaduros que están en un proceso natural de integración a la vida adulta. Los jóvenes en México, lo mismo que la Cultura, han venido ocupando un lugar totalmente secundario en las políticas públicas y de ahí nace una buena parte de su desencanto hacia una sociedad que no los contempla como actores estratégicos, que no los entiende y que muchas veces los rechaza y estigmatiza.

La acelerada vida social en la que se desenvuelve ciudad, la falta de empleo, el crecimiento de la mancha urbana, la sobrepoblación, la ineficiencia de servicios públicos, el tráfico, la escasez de agua, la basura, la contaminación visual, los altos niveles de contaminación ambiental, la inseguridad, la delincuencia, la distribución de grandes cantidades de droga son, entre otros, los elementos que conforman la cotidianidad de los “jóvenes urbanitas”; los que vivimos aquí en “la turbulenta ciudad de México”.
Es de el plano del desarrollo social, las políticas promovidas por las instituciones, desde sus diferentes rubros, no se han enfocado al desarrollo de una ciudadanía responsable y participativa y continúan con una anacrónica visión de corte asistencialista y, por si esto fuera poco, no han contemplado a los jóvenes en su presente y en lo que representan para el futuro de esta ciudad.
Tal parece que el ejercicio del poder desde la lógica de las instituciones públicas ha sido el coartar las libertades del individuo, a través de la norma, es decir, la reglamentación de la “conducta social”, aunada a la represión moral y física, ejercida por la conciencia colectiva (Durkheim)*.
Si a esto agregamos la violencia ejercida en las calles, la enajenación transmitida por los medios de comunicación, y la falta de espacios para la expresión colectiva el joven no atina fácilmente a descubrir los medios que puede usar y desarrollar para fortalecer su relación con la sociedad en su conjunto.
Por su parte, el fomento a la cultura no se ha visto como un instrumento formador de la identidad nacional, sino que sólo se digiere y materializa en “mercancías” cuyo único objetivo parece ser el cosificar y mediatizar al individuo, creando una especie de “identidad instantánea”. En contraparte, las organizaciones de la sociedad civil han venido generando distintos espacios alternativos como medio de promoción y difusión de la cultura popular en donde se piensa y se ejerce la cultura de manera diferente a como se ejerce en los espacios institucionales pertenecientes al circuito oficial. En dichos espacios se van consolidando las propuestas que los mismos jóvenes construyen, las cuales están cimentadas con un elemento trascendental: su realidad inmediata.
Hay graves deficiencias en los programas juveniles promovidos por los gobiernos local y federal, sobre todo en sus métodos de acercamiento e intervención. Por ejemplo aquí, en el Distrito Federal, no fue sino hasta hace apenas unos años cuando se abrieron convocatorias de realización de graffiti, por parte de las Delegaciones, las cuales “promueven” su realización bajo el concepto de desarrollar la “libre expresión”. Pero su intento ha sido “difundir” al graffiti sin antes conocer cuál es la esencia de la actividad, de dónde surge, por qué se pinta, o sea, son programas eventuales que al no conocer el trasfondo del mundo juvenil no pueden aspirar más que a la tradicional foto en los diarios para mostrar su acercamiento con los grupos juveniles.
Si bien es cierto que hay una falta de espacios, el hecho de que se otorguen paredes, bardas o espacios “oficiales” para pintar, no implica que se haya solucionado el problema de la “destrucción del mobiliario urbano” (argumento de los detractores del graffiti), ya que, lo que le importa al gobierno es erradicar el daño que se hace a la propiedad privada o pública y no la comprensión del fenómeno, su origen y sus demás implicaciones.
Este concepto se retoma del mismo que fue desarrollado por Emile Durkheim, en la División del Trabajo Social. Tomo 1. Edit. Planeta-De Agostini. 1994, España. El desarrollo de dicho concepto se funda a partir de la solidaridad mecánica o por semejanzas. La conciencia colectiva es “el conjunto de las creencias y de los sentimientos comunes al término medio de los miembros de una misma sociedad, constituye un sistema determinado que tiene su vida propia”


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